viernes, 2 de octubre de 2015

Evangelio del Domingo


Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre

En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le pregunta­ron a Jesús, para ponerlo a prueba: «¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?»
Él les replicó: «¿Qué os ha mandado Moisés?»
Contestaron: «Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio.»
Jesús les dijo: «Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precep­to. Al principio de la creación Dios “los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se uni­rá a su mujer, y serán los dos una sola carne”. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.»
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo.
Él les dijo: «Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, co­mete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.»
Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban.
Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impi­dáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entra­rá en él.»
Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.

Mc 10, 2-16

Vivir unidos para siempre

El matrimonio no es una institución genuinamente cristiana, puesto que existe al margen de lo que llamamos sacramento; existió antes de Jesús en todas las culturas del mundo. Pero el matrimonio, cuando es cristiano, tiene un matiz que lo diferencia del resto de los matrimonios. Por un lado, casarse, desde la fe, es sentir que Dios está al lado de la pareja. Por otro, es tener una referencia en Jesús como modelo para el hombre y la mujer que deciden recorrer en común el camino de la vida. Igual que Jesús está unido a todos los que formamos la Iglesia, también los esposos están unidos para siempre por la fuerza de su amor. Sólo Jesús nos enseña amar. Por eso es maestro para la pareja.

El matrimonio cristiano tiene un antes y un después que lo identifica. Dios llama a la pareja para que estén junto a él. En este sentido, el matrimonio está fuertemente relacionado con la vocación a la vida de fe. Los esposos son llamados. Por eso es muy importante, antes de formalizar la boda, identificar la llamada de Dios en la vida de las dos personas que se encuentran y deciden vivir unidos para siempre. Sentir que el Padre os ha puesto uno al lado del otro para que viváis su amor como un sacramento en medio del mundo.

El “después” del matrimonio consiste en vivir ese amor en la vida de cada día. Un amor que es creativo, que comparte con Dios la gran riqueza de la generación de vida. Puede que un matrimonio no pueda tener hijos por las limitaciones de la naturaleza, pero siempre encontrará caminos nuevos para expresar su amor en medio del mundo que le rodea. El amor siempre rompe moldes, siempre abre caminos nuevos, siempre crea desde la nada, porque el amor de Dios es más fuerte que las limitaciones de la naturaleza.

El Evangelio de hoy plantea el matrimonio desde un problema, desde un contexto histórico. El ideal del matrimonio, choca como todos los ideales, con nuestras imperfecciones. No siempre hacemos todo bien, no siempre reflexionamos lo suficiente antes de dar un paso tan importante… Eso provoca consecuencias: matrimonios enfrentados, familias divididas, esposos-as engañados….

Jesús tenía delante de sí una realidad machista en la que muchas mujeres eran abandonadas a su suerte por sus esposos, divorciándose de ellas. Por eso quiso recordar a los que le preguntaban por el divorcio el ideal del matrimonio querido por Dios.

Hoy también se nos invita a reflexionar a nosotros sobre esta realidad, no como una imposición o una ley que supone una carga enorme, sino por el ideal que Dios nos propone vivir. Todo el Evangelio es una gran propuesta gratuita para vivir desde el amor de Dios. También lo es el sacramento del matrimonio. Cuando la realidad de cada día se desvela como ruptura, enfrentamiento o sometimiento, cabe hacer dos cosas:
- Volver a renovar el amor como una vocación y un compromiso
- Dejar que la misericordia de Dios perdone nuestras incapacidades. El siempre perdona, porque siempre está por encima de nuestras normas y prejuicios.

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