jueves, 29 de octubre de 2015

Evangelio del domingo


ESTAD ALEGRES Y CONTENTOS… VUESTRA RECOMPENSA SERÁ GRANDE EN EL CIELO

En aquel tiempo, al ver Jesús al gentío subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos, y él se puso a hablar enseñándoles:
- Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
- Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
- Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
- Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados.
- Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
- Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
- Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán «los hijos de Dios».
- Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
- Dichosos vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa.
Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

Mt 5,1-12a
                                           
El Evangelio de hoy nos propone reflexionar sobre las Bienaventuranzas. Es un texto muy bonito. Dice cosas muy bonitas. Cosas como que los pobres de espíritu serán felices. O que son dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, o los que tienen un corazón misericordioso, o los que trabajan por la paz, o los que trabajan para que este mundo sea más justo... A casi todo el mundo le gusta oír cosas bonitas como éstas. Nosotros mismos decimos que nos gustaría que en el mundo no hubiera hambre, ni guerras; desearíamos que todos nos lleváramos bien, que nos perdonáramos más... Cualquier ser humano firmaría estas cosas como suyas, porque todos tenemos buen fondo, porque nos damos cuenta de que todas estas cosas son lo mejor que podemos hacer en la vida. Para eso hemos sido creados. Dios nos ha hecho para que vivamos todo esto; no nos ha hecho para otra cosa. Y todos los seres humanos llevamos dentro este sello, es el sello de Dios. Seamos o no creyentes, todos tenemos estos deseos.

Una cosa es lo que deseamos y otra muy distinta lo que hacemos. De sobra sé yo que a veces me cuesta mucho ser pacífico, sobre todo cuando hay alguien que me enfada con sus impertinencias o cuando quiero imponer mis ideas a costa de lo que sea. De sobra sé que no uso la misericordia con alguien que se ha metido conmigo o me ha calumniado o me ha quitado lo que es mío...De sobra sé que aunque hablo muchas veces de que el mundo debe ser justo, en algunas ocasiones me aprovecho de la situación aunque perjudique al que tengo al lado.

Muchas veces intentar ser justo o trabajar por la paz o ser misericordioso con la gente nos trae complicaciones y quebraderos de cabeza. Incluso en ocasiones, lo único que nos acarrea son disgustos y sufrimientos. Si esto es verdad hay algo que falla en las bienaventuranzas que acabamos de escuchar. Si vivir las bienaventuranzas nos hace sufrir, entonces ¿por qué dice el Evangelio: “felices los pobres, felices y dichosos los misericordiosos y los que trabajan por la paz y la justicia y los calumniados y los perseguidos por Cristo?, ¿Por qué tiene que utilizar esa palabra? DICHOSOS, FELICES, BIENAVENTURADOS.

Porque las bienaventuranzas solo pueden se vividas con alegría por alguien que tenga a Dios dentro, dándose o sin darse cuenta, sólo se entienden desde la fe. No la fe de nombre, ni la fe de teoría. No importa las cosas que hagamos, importa más por qué lo hacemos. Si una persona trabaja por la justicia en el mundo para que le reconozcan y le digan lo majo que es, pronto se aburrirá de la justicia o con cualquier contratiempo que tenga se desilusionará. Escuchamos muchas veces expresiones como ésta: “encima que lo hecho por su bien, así me lo agradece”. El que busca recompensa nunca puede ser feliz. Esto no es ninguna tontería. Muchas veces vemos a los políticos que trabajan a cambio de votos, a cambio de tener más poder. En la vida corriente vemos cómo hacemos favores para que nos los devuelvan, hacemos obras de caridad para que nos vean, predicamos cosas bonitas para que nos aplaudan y nos digan lo majos que somos. El Evangelio no va por ahí. Nos dice que estemos alegres y contentos porque nuestra recompensa la vamos a encontrar en el Cielo, o sea, en Dios. Eso es vivir las bienaventuranzas con fe. Entonces nuestra vida cambia de sentido por completo. Cuando yo trabajo en favor de la parroquia o en favor de la humanidad no espero que los demás también lo hagan. Yo lo hago para Dios y así soy dichoso, me siento feliz. Cuando un joven viene a catequesis de confirmación puede ser dichoso por todo lo que va a aprender en ella, aunque otros no vengan. Viéndolo así, la catequesis no es una tortura, sino todo lo contrario, una gozada. Si desde la fe hacemos las cosas esperando un beneficio, entonces nos perdemos lo mejor: disfrutar haciéndolo.

No hay comentarios: