jueves, 4 de febrero de 2016

Evangelio del domingo


No temas, desde ahora serás pescador de hombres

En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret; y vio dos barcas que estaban junto a la orilla: los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: "Rema mar adentro y echad las redes para pescar". Simón contestó: "Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero por tu palabra, echaré las redes". Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador". Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: "No temas: desde ahora, serás pescador de hombres". Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, le siguieron.

Lc 5, 1-11

REMAD MAR ADENTRO

Cuando somos jóvenes estamos llenos de ideales. Vivimos quizá en un mundo de fantasía: las relaciones son un mundo inexplorado, los amigos son lo mejor que nos ha pasado, la vida es fantástica y está llena de posibilidades… Pero los años pasan y llegan las primeras decepciones, los problemas cotidianos, las enfermedades. La vida se oscurece, el matrimonio no es el primer amor de juventud, el trabajo es una lucha diaria, los hijos dan problemas, los amigos tienen defectos insufribles.
La vida nos deja un poso escéptico y amargo, nos hace realistas y nos pone en nuestro sitio. Por desgracia, desaparecen los ideales hermosos de nuestra juventud.
Pedro y los discípulos habían estado toda la noche pescando en el lago, y no habían cogido nada. Y de pronto, llega Jesús y les dice: “remad mar adentro, y echad de nuevo las redes”. Un experimentado pescador como Pedro sabe muy bien que a esa hora no entran los peces. Por eso se resiste a la orden de Jesús. “Pero si tú lo dices, por tu Palabra, echaré de nuevo las redes”. Necesitaron dos barcas para sacar tantos peces como había. Lo que parecía imposible, con Jesús se hace realidad.
Las palabras de Jesús son muy bonitas cuando todo va bien. El problema es que las olvidamos cuando las cosas no son tan fáciles.
Jesús nos lleva siempre más allá, mar adentro, nos amplía el horizonte en los momentos en los que hemos decidido quedarnos quietos, aceptando el realismo crudo de la vida. Cuando estamos enfrentados, nos reta para abrazar el perdón, cuando el egoísmo encoge nuestro corazón, nos reta para compartir; cuando el enemigo se convierte en una obsesión, nos propone amarle en un gesto desconcertante; cuando las injusticias del camino se convierten en algo habitual, Jesús nos anima a luchar contra ellas, aunque vayamos contracorriente.
La vida evoluciona gracias a los que han sabido afrontar los retos de remar mar adentro, aunque lo más cabal era quedarse en la orilla y dejar todo como estaba. La Palabra de Jesús, si la escuchamos de verdad, siempre deshace nuestras resistencias. En eso consiste la fe.

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