sábado, 16 de diciembre de 2017

Dejar la puerta abierta


Aún en muchos de nuestros pueblos se mantiene la costumbre de dejar abierta la puerta de la casa, esas puertas que tienen una parte inferior y otra superior, que a la vez sirve de ventana para iluminar el portal y que sólo es cubierta en verano con una cortina para no dejar entrar el calor. Los de casa y aquellos que así se consideran pasan sin llamar, desechando simplemente el pestillo de la parte inferior y una vez dentro saludan, encontrando como respuesta aquella conocida frase de “hasta la cocina” que es donde solía estar la gente junto al calor de la lumbre.
Esta costumbre popular nos habla de la confianza, de entrar hasta lo privado, de compartir, de no tener miedo, de alguna manera nos puede recordar a la Navidad, a aquel momento recogido en las escrituras en el que María y José buscan posada en Belén para que pueda nacer el Niño. Lo único que encuentran son cerrojos echados, y alguna voz que les dice que no hay sitio y que son horas intempestivas.
Frente a esto, años después, Jesús nos enseña la parábola del Buen Samaritano donde el posadero abre la puerta al samaritano que viene cargado con aquel hombre que fue asaltado y apaleado en el camino. Quizás no era la mejor publicidad para su establecimiento, pero el dinero que recibió y la promesa de que le pagaría a la vuelta todo lo que se pasase del presupuesto le convenció. A poco que meditase el posadero, al curar cada día las heridas del hombre maltrecho, descubriría la esencia de la acción del samaritano y seguro que le cambió la vida, al igual que si los posaderos de Belén hubieran sabido para quién era realmente la posada.
Jesús sigue naciendo cada día y sigue buscando posada, pero ¿encontrará abierta nuestra puerta? Recordemos que dejar la puerta abierta también significa estar nosotros abiertos a otras realidades, a hacer las cosas de otra manera, en definitiva, a vivir al estilo que Jesús nos enseña, desde la sencillez y la humildad. Pues si la vida, como decía Santa Teresa, es una noche en una mala posada, no dejemos pasar la oportunidad de reconocer, incluso en los momentos más oscuros de nuestra existencia, que Dios se quiso hacer hombre en un pesebre para salvarnos de nuestros miedos y de la desconfianza que tiene quien ve la vida desde una mirilla interior y nunca está dispuesto a abrir su puerta de su corazón.


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